Por favor, respeta las reglas al enviar un TQD
Señaló con el dedo en chanza amistosa y se dirigió al parapeto, riéndose para sí. Stephen Dedalus subió,
le siguió desganadamente unos pasos y se sentó en el borde de la explanada, fijándose cómo reclinaba el
espejo contra el parapeto, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cachetes y el cuello.
La voz alborozada de Buck Mulligan prosiguió:
-Mi nombre es absurdo también: Malachi Mulligan, dos dáctilos. Pero suena helénico ¿no? Ágil y fogoso
como el mismísimo buco. Tenemos que ir a Atenas. ¿Vendrás si consigo que la tía suelte veinte libras?
Dejó la brocha a un lado y, riéndose a gusto, exclamó:
-¿Vendrá? ¡El jesuita enjuto!
Conteniéndose, empezó a afeitarse con cuidado.
-Dime, Mulligan, dijo Stephen quedamente.
-¿Sí, querido?
-¿Cuánto tiempo va a quedarse Haines en la torre?
Buck Mulligan mostró un cachete afeitado por encima del hombro derecho
Uuuu que bien! En Somalia seguirán traficando con personas.
Los científicos invierten el tiempo en cosas verdaderamente útiles, como esta por ejemplo, ¿quien podría vivir sin que una paloma cague jabón?
Ahora decís eso, pero en cuanto el gobierno apruebe un proyecto para inyectar esto en las palomas, veremos el típico TQD diciendo. Vivo en un país en el que usan las arcas del estado para invertir en esto en lugar de esto otro blablablabla demagogia demagogia.
-Estuvo desvariando toda la noche con una pantera negra, dijo Stephen. ¿Dónde tiene la pistolera?
-¡Lamentable lunático! dijo Mulligan. ¿Te entró canguelo?
-Sí, afirmó Stephen con energía y temor creciente. Aquí lejos en la oscuridad con un hombre que no conozco desvariando y gimoteando que va a disparar a una pantera negra. Tú has salvado a gente de ahogarse.
Yo, sin embargo, no soy un héroe. Si él se queda yo me largo.
Buck Mulligan puso mala cara a la espuma en la navaja. Brincó de su encaramadura y empezó a hurgarse
en los bolsillos del pantalón precipitadamente.
-¡A la mierda! exclamó espesamente.
Se acercó a la explanada y, metiendo la mano en el bolsillo superior de Stephen, dijo:
-Permíteme el préstamo de tu moquero para limpiar la navaja.
Stephen aguantó que le sacara y mostrara por un pico un sucio pañuelo arrugado. Buck Mulligan limpió
la hoja de la navaja meticulosamente. Luego, reparando en el pañuelo, dijo:
-¡El moquero del bardo! Un color de vanguardia para nuestros poetas irlandeses: verdemoco. Casi se paladea ¿verdad?
Se montó de nuevo sobre el parapeto y extendió la vista por la bahía de Dublín, el pelo rubio roblepálido
meciéndose imperceptiblemente.
Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente.
-¡Al cuartel! dijo severamente.
Añadió con tono de predicador:
-Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música
lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos
blancos. Silencio, todos.
Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse
cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la
cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fríamente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y
tintado como roble pálido.
Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos
penetrantes contestaron en la calma.
-Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es suficiente. Corta la corriente ¿quieres?
Saltó de la explanada y miró gravemente a su avizorador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos del batín. La cara oronda sombreada y la adusta mandíbula ovalada recordaban a un prelado,
protector de las artes en la edad media. Una sonrisa placentera despuntó quedamente en sus labios.
-¡Menuda farsa! dijo alborozadamente. ¡Tu absurdo nombre, griego antiguo!
MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de
espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:
-Introibo ad altare Dei.
Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente:
-¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!
#2 #2 Panthalassa dijo: Me pregunto hasta qué punto eso es bueno para el intestino de las palomas.¿A quién coño le importa? Son unos seres infecciosos, inútiles y no son bonitos, además hay demasiados, ni los ecologistas defenderán este animalejo.
¡Registra tu cuenta ahora!