#1 por bonibonito
20 mar 2025, 16:45

Dicho de otra forma: nos mueve el rechazo a la muerte, el miedo al olvido, a la desaparición, a que todo lo que hemos hecho y logrado quede en nada con el paso del tiempo. Y la manera de que algo perdure es conseguir que otros lo recuperen, valoren o reproduzcan. La batalla cultural así se vuelca sobre la memoria y la construcción de relatos con pretensiones hegemónicas.

Todo esto, sin embargo, se basa en una lectura individualista del sentido de la vida por la cual nos preguntamos por la imagen mental que a cada uno se nos aparece para justificar nuestras decisiones. Puesto que trascender es ser recordado o dejar huella entre los demás, lo que se constata aquí es que el sentido de la vida depende de nuestra condición gregaria.

Para que se me entienda: ¿de qué sirve un libro que no será leído?, ¿y una composición que jamás será escuchada? ¿Por qué inventar cierto artefacto si no será usado?, ¿para qué desentrañar un misterio sobre las leyes físicas si no lo compartiremos con otros? ¿Por qué creamos galardones, certámenes y galas donde exaltamos a quienes consideramos, o al menos sus organizadores así lo hacen, excepcionales? Y todo esto hablando en relación con las identidades individuales, pero, por supuesto, muchos de los anhelos de eternidad se consagran a la victoria de una identidad colectiva (nacional, religiosa, de clase, de género...).

¿Qué nos dice todo esto? Que los sujetos y las agrupaciones de sujetos competimos por conseguir el aplauso y la admiración de los demás, su amor y reconocimiento, siendo a través de este proceso que la especie mejora, evoluciona, que la carrera por la supervivencia prosigue. Al final, tras tanta pomposidad, de lo que se trataba era de vivir, de aferrarse a la vida, de ser apto o no.